Docente: Jairo Arturo Infante Bonilla
Área: Sociales
Semana: 28 de Septiembre al 2 de Octubre de 2020
APRENDE EN CASA
EL COLONIALISMO Y EL IMPERIALISMO
EL COLONIALISMO
El
colonialismo1 fue la convergencia de dos fenómenos que se
desarrollaron, el primero en la Edad Media con el “espíritu de cruzadas”, y el
segundo en el Renacimiento con el capitalismo. Las cruzadas de los siglos XI al
XIV, en particular las que ocurrieron en Tierra Santa, cultivaron un gusto por
las grandes empresas en el nombre de un ideal: la recuperación, sin importar el
costo, de un territorio considerado “sagrado”, el cual era ocupado por “otro”
que no compartía la misma creencia religiosa. Por su lado, las ciudades estados
del Renacimiento italiano buscaron rutas comerciales más lejanas para acceder a
los muy cotizados “productos exóticos”. Entonces, el deseo de hacerse suyo lo
que era de otro, como sucedió en las cruzadas, combinado con la necesidad de
abrir, y sobre todo controlar, cada vez más rutas comerciales, constituyó el
principal pilar de la expansión colonial europea.
La
primera fase de esta expansión se inició hacia el final del siglo XV para
terminar en la primera mitad del siglo XIX. Su centro fue el espacio americano
(con la excepción de la región del Cabo en Sudáfrica) y consistió en la
ocupación de un territorio con el fin de transformarlo en una excrecencia de
Europa, preparando así la exclusión de la población autóctona, el despojo del
“otro”, o a través de la expulsión -y/o exterminio- como en las colonias
británicas y portuguesas, o a través de la aculturación como sucedió en las
colonias españolas.
¿Quién
descubrió América?
¿Colón
descubrió América? Hay un debate que cada vez objeta más la paternidad de este
descubrimiento, pues otros habrían explorado este continente muchos siglos
antes que él. Se habla de navegadores fenicios en la antigüedad, de monjes
irlandeses en los siglos IX y XI, de exploradores chinos en el siglo XIV; se
dice también que pescadores bretones y vascos conocían desde el siglo XV la
existencia de tierras que no pertenecían a Europa.
Sin
embargo, muchas de estas hipótesis no se basan sino en conjeturas. Por ejemplo,
la tesis de un descubrimiento fenicio reposa sobre lecturas fantasiosas o
altamente especulativas de textos antiguos; lo mismo ocurre con la presencia en
América de comunidades monásticas irlandesas: hay menciones por parte de
crónicas medievales, pero éstas son vagas e imprecisas, sin contar con el hecho
de que fueron escritas muchos siglos después de los acontecimientos. En cambio
parece más sólida la hipótesis de un descubrimiento chino ya que fue reportada
por crónicas contemporáneas a los acontecimientos. No obstante, todas estas
hipótesis constan de dos importantes lagunas: no existen hasta ahora pruebas
arqueológicas o etnológicas que puedan sustentar estas afirmaciones.
Es
otro asunto la tesis de la presencia bretona y vasca. En este caso existen
pruebas archivísticas sólidas, así como pruebas arqueológicas3. Sin embargo, no
se puede hablar de “descubrimiento” —siempre desde el punto de vista europeo—,
porque nunca éste suscitó un impulso colonizador. Por un lado no se divulgó el
“descubrimiento” (por temor a una injerencia del Estado); por otro, cuando
estos pescadores tocaban tierra, era para abastecerse de agua fresca, recolectar
algunos productos silvestres o utilizarlos como base para ahumar y secar el
pescado. Aunque algunas fuentes mencionen la existencia de un comercio con
“indígenas”, éste se consideraba como una actividad complementaria, realizada
con fines personales más que de lucro.
La colonización del "nuevo mundo"
No
tengo aquí la intención de narrar los detalles de las diferentes expediciones
europeas hacia América, conocidas como “grandes descubrimientos”, ni de relatar
los hechos y sucesos relativos a la conquista española de los imperios Azteca o
Inca, ni hablar tampoco de los peregrinos del Mayfloyer o de la fundación de
Québec por Champlain. Existe una plétora de estudios sobre estos temas. La
intención que tengo en este acápite consiste más que todo en reflexionar sobre
las dimensiones simbólicas de la colonización de América por parte de los
europeos.
Las
expediciones de navegantes españoles, portugueses, ingleses y franceses
abrieron la puerta a una verdadera “inversión del país” para emplear el término
del etnohistoriador canadiense Denys Delâge4. Se pasó de un
continente amerindio a uno americano, es decir, dominado por los europeos. En
menos de medio siglo, en efecto, el país del amerindio fue expoliado por España
y Portugal en el sur y por Francia e Inglaterra en el norte.
Estos
nuevos territorios fueron considerados por sus conquistadores nada menos que
como extensiones de sus países, países donde no cabía el amerindio. Éste fue,
en consecuencia, empujado cuando no exterminado (una exterminación ante todo
pasiva, fruto del llamado “choque microbiano”) y su territorio fue reemplazado
por cosas “nuevas”: Nueva España, Nueva Granada, Nueva Inglaterra, Nueva
Francia; u honrado por el nombre de supuestos “benefactores”: Virginia,
Pensilvania, Luisiana. Cuando se preservaban los topónimos indígenas, éstos
eran puestos bajo la “protección” de santos patronos: Santiago de Cali, Santa
Fe de Bogotá, entre otros.
Sin embargo, hacia los años 20 del siglo XIX, las potencias europeas parecieran haber regresado a un punto cero en cuanto a sus imperios americanos. En efecto, España, Gran Bretaña y Francia ya habían perdido la casi totalidad de sus posesiones coloniales por causa de los procesos de emancipaciones de las poblaciones criollas, en el caso de las dos primeras, y de conquista en el caso de la tercera.
Respecto a Portugal y su colonia brasilera, ésta
se separó pacíficamente en 1821.
EL IMPERIALISMO
La segunda edad colonial: el imperialismo
¿La
pérdida de los imperios americanos desanimó a las potencias europeas a tener
más colonias? ¡Al contrario! Su apetito de nuevas conquistas creció a un punto
tal que estaban dispuestas a desencadenar guerras, ¡so pena de dominar atolones
y desiertos!6 Sin embargo, se trató aquí de una nueva forma
de colonialismo, uno de tipo “imperialista”, y como tal mucho más agresivo, con
la finalidad de controlar territorios (y no necesariamente poblarlos) para la
sustracción de los recursos naturales y bajo el pretexto, eso sí, de
“civilizar” pueblos considerados “bárbaros” o “salvajes” como en África, o
culturas “decadentes” como en Asia.
El imperialismo: dominar el mundo
Fue
Gran Bretaña quien dio el impulso al imperialismo empezando por el
establecimiento de una “talasocracia”, que consistía no en la ocupación de
vastos territorios sino en tener puntos de apoyo estratégicos como el Cabo
(1814), Singapur (1819), Aden (1839) y Hong Kong (1842), entre otros, sin
contar las numerosas islas en el Atlántico sur o el océano Índico. De ahí, los
comerciantes tenían acceso hacia el interior; años después, los británicos se
lanzaron en la exploración del interior, y lograron así reconstituir lo que con
seguridad fue el más grande imperio de la historia, controlaron territorios en
los seis continentes, tan variados como la India , Australia y Canadá, sin
enumerar las posesiones asiáticas y africanas.
Siguiendo
el ejemplo británico, también otros estados europeos se lanzaron a la conquista
de territorios africanos y asiáticos. Así, Francia reconstituyó otro gran
imperio colonial, del cual fueron en particular dinámicos los gobiernos de la
Tercera República (1870-1940), tierra de libertad, igualdad y fraternidad …
Ellos se iniciaron con la conquista de Argel (1830), Francia extendió sus
posesiones de ultramar en África, Asia y las islas del Pacífico.
Este
expansionismo no se limitó a estos dos estados: otros como Alemania, Bélgica e
Italia quisieron también tener un “puesto bajo el sol”7. En este caso,
la principal víctima de esta competencia colonial entre países europeos fue
África, la cual terminó repartiéndose como un vulgar ponqué de cumpleaños.
Aunque fuese cerca de Europa, África fue hasta el siglo XIX un continente impenetrable debido a la presencia de numerosas enfermedades tropicales contra las cuales la medicina occidental se revelaba impotente. Sólo algunos establecimientos comerciales europeos se encontraban en las costas, los productos del interior se adquirían por intermediarios africanos, incluidos los esclavos. Sólo aventureros como el escocés Mungo Park (1771-1806), el explorador del río Níger, o el francés René Caillé (1799-1838), el “descubridor” de Timbuktú, osaron adentrarse, la mayoría de las veces con consecuencias trágicas. El descubrimiento de la quinina como tratamiento eficaz contra la malaria facilitó después una exploración sistemática y la ulterior ocupación europea del continente. La conquista de África empezó a generar rivalidades que podían degenerar en un conflicto armado; fue la razón por la cual el canciller alemán Bismark convocó en 1884 un encuentro diplomático con el propósito de solucionar la “cuestión Africana”. La llamada Conferencia de Berlín procedió a un “reparto amigable” de África, y logró un consenso entre los reclamos de las diferentes potencias europeas. Etiopia (Abisinia), Liberia y los estados libres de Orange y Transvaal fueron los únicos territorios que pudieron escapar al apetito voraz de los países europeos. El Congo, territorio objeto de los reclamos de todos, fue entregado al rey de los Belgas a título de “propiedad privada” (bajo la ficción jurídica de Estado Libre del Congo), aunque los otros estados pudiesen comerciar allí libremente. España y Portugal, cuyos territorios estaban también en la mira de los británicos, franceses y alemanes, pudieron mantenerlos e incluso ampliarlos.
Tampoco el continente asiático pudo escapar a la dominación imperial europea. En la segunda mitad del siglo XIX el subcontinente indio estaba bajo yugo británico. La región del sudeste asiático fue la siguiente presa de este insaciable apetito europeo de dominación mundial. Desde el siglo XVII el archipiélago indonesio era posesión neerlandesa. En el siglo XIX los diferentes reinos de la península del sudeste asiático pasaron al control francés con el nombre de Indochina.
China fue después de África el caso más vergonzoso de este imperialismo europeo. Era casi imposible que no suscitara los apetitos de Europa por representar, dentro de la lógica capitalista, un importante potencial comercial (todavía lo es hoy en día). Británicos y portugueses tenían ya sus puntos de entrada por los puertos de Hong Kong y Macao (1557). Otras potencias quisieron también su parte del “ponqué chino”, empresa que resultó facilitada por la debilidad de la dinastía reinante Qing (Manchú), la cual tenía cada vez más problemas en aplastar rebeliones como la de los Taiping (1851-1864). Además, se capitalizaron las manifestaciones anti-occidentales como las instigadas por los bóxer (1899-1901) con el fin de atribuirse importantes “zonas de influencia”. Así, Francia, Alemania y Rusia pudieron también obtener puertos chinos tanto como territorios dentro de los cuales controlaban la totalidad del comercio, la hacienda y las aduanas, además de derechos extrajudiciales.
Desde la Indochina , Francia penetró en China con la cesión del puerto de Zhangjiang y luego controló les regiones de Yunnan y Guangxi; por su parte, Rusia alcanzó a dominar todo el norte chino, del Xinjiang hasta Manchuria. Alemania recibió una parte modesta con el puerto Qingtao y el control del Shandong. Otra vez más, la porción más grande fue para Gran Bretaña que logró dominar todo el centro de China, del Tíbet hasta Nanking. Shangai, por su parte, fue establecida como “puerto libre”, abierta al comercio de todos los países.
Otra variante de este imperialismo europeo decimonónico fue lo que se calificaría como expansionismo “colateral”, y los dos casos más representativos fueron Austria (Austria-Hungría a partir de 1867) en los Balcanes, y Rusia en el oriente. Esta última, dueña desde el siglo XVII de Siberia y de la mayor parte del reino de Polonia-Lituania en el XVIII, se extendió después en el Cáucaso (1828) para luego hacerse con el control de las regiones de Kajastán (1853) y de Turquestán (1873) en Asia Central, y del territorio alrededor del río Amur en el Lejano Oriente (1869). De ahí, al finalizar el siglo XIX, se adentró en Afganistán, y llevó sus reclamos territoriales hasta el Tíbet.
Otro caso —éste bastante irónico— fue el del Imperio Otomano (conocido también como Imperio Turco), un imperio que terminó siendo víctima del imperialismo europeo. En el ocaso de su poderío, este imperio se extendía hasta Argelia en el sudoeste, el Yemen y el Kuwait en el sudeste, además de dominar toda la península de los Balcanes y Hungría, en pleno corazón de Europa. A partir del final del siglo XVIII el Imperio Otomano entró en decadencia. Luego, diferentes presiones e intervenciones europeas lo obligaron a otorgar la independencia a Grecia (1830), después a Rumania (1859), Serbia, Montenegro y Bulgaria (1878), y finalmente a Albania (1912). En África renunció a Argelia y Túnez en beneficio de Francia (1830 y 1881 respectivamente), a Egipto (1882) a favor de Gran Bretaña, a Libia en detrimento de Italia (1911), hasta ser finalmente reducida a la Península de Anatolia, es decir a la Turquía étnica (1922).
La descolonización
Tal
como en América antes, estos imperios no pudieron mantenerse. Esta vez se debió
al desarrollo de movimientos nacionalistas que hicieron de la dominación
colonial una empresa cada vez menos legítima. Los líderes de estos movimientos
habían surgido de la élite “occidentalizada” que servía de intermediaria entre
la potencia colonizadora y la población autóctona. Se encontraban en los mandos
medios de la burocracia, del ejército, del sistema judicial o sanitario y se
componían, por lo general, de la clase intelectual nativa, percibida como
“evolucionada” por parte de los europeos.
Sin
embargo, a este fenómeno deben adjuntarse otros factores más coyunturales como
el impacto de las dos guerras mundiales. Con la Primera Guerra Mundial
(1914-1918) empezó a ponerse en tela de juicio la legitimidad de la dominación
europea en el mundo. Esta legitimidad se hizo añicos con la Segunda
Guerra Mundial (1939-1945).
La independencia de la india
Después de Irlanda la pérdida de la India fue otro duro golpe al imperialismo británico. La más importante (y lucrativa) posesión británica había sido adquirida gracias a la buena fortuna. A partir del siglo XIV, compañías comerciales europeas habían obtenido la autorización de abrir puestos comerciales en diferentes puertos del subcontinente. Una de ellas, la Compañía Británica de las Indias Orientales, obtuvo en 1717 por parte del emperador mogol el libre acceso a Bengala. La negativa del señor local a este privilegio provocó una guerra que los británicos ganaron en 1757, lo que generó la cesión de dicho territorio a la compañía, y se inició el dominio de la India. La compañía se implicó en los conflictos entre reyezuelos locales y con ello, a partir de la mitad del siglo XIX, se hizo dueña de casi toda la India. En 1857 una rebelión anti-británica, conocida como “de los cipayos”, llevó el gobierno de Londres a implicarse directamente, haciéndose con el territorio en 1858, aboliendo los últimos vestigios del Imperio Mogol y estableciendo el Raj.
El
tema de la independencia entró en la agenda política de la colonia con la
fundación en 1885 del Congreso Nacional de la India. Sin embargo, es a partir
de los años 20 del siglo XX que se disparó la causa nacional india con el
liderazgo de Gandhi, figura carismática que inició una campaña de boicot de los
productos británicos, pregonando el retorno a una “autenticidad” india. Los
movimientos de masas provocados por la acción no violenta de Gandhi obligó a
los británicos a temporizar con la vaga promesa de una autonomía, pero los
efectos de la Segunda Guerra Mundial forzaron a Gran Bretaña, la cual ahora no
tenía ni los recursos económicos, ni la voluntad política para mantener el
dominio de un territorio tan grande y tan inmensamente poblado, a concederle la
independencia en 1947.
Las independencias africanas y asiáticas
Las secuelas del segundo conflicto mundial combinadas con la independencia de la India tuvieron un efecto catalizador en la descolonización de África y Asia. Hacia 1975 no quedó casi nada de lo que habían sido antaño los grandes imperios coloniales europeos. Estas independencias se lograron de forma violenta en las colonias asiáticas, mientras que fueron pacíficas en África.
Es
así que los Países Bajos tuvieron que retirarse de Indonesia en 1947. En Indochina,
el líder nacionalista comunista Ho Chi Minh, alma de la resistencia contra
Japón, proclamó la República Popular de Vietnam en 1946; cuando Francia volvió
a Saigón, empezó una terrible guerra que la forzó a abandonar la región, sobre
todo por lo que ésta tenía muy mala prensa. También Gran Bretaña tuvo que
renunciar a sus colonias asiáticas cuando empezó a ser hostigada por guerrillas
locales. De esta manera, Birmania y Malasia accedieron a la independencia en
1948 y 1957 respectivamente.
China conoció un proceso diferente, por el hecho de que nunca fue oficialmente colonizada. Vivía más bien bajo el estatuto de lo que sería conveniente llamar “semi colonial”. La revolución de 1911, bajo el liderazgo de Sun Yat Sen, acabó con las “zonas de influencias”, y la presencia extranjera se redujo a Shangai, Hong Kong y Macau, y de los japoneses en Manchuria. A partir de 1949 el régimen comunista presionó constantemente a favor del retorno de estos territorios a China (ya se había logrado la recuperación de Shangai), lo que logró obtener en la segunda mitad de los 90.
En
África, el imperio francés se dislocó a partir de 1956 con el fin de los
protectorados en Túnez y Marruecos. Al siguiente año, Guinea proclamó su
independencia y al final de 1960, sólo Argelia seguía en manos francesas. El mismo
fenómeno pasó con las colonias británicas, aunque con un paso más progresivo.
Ellas inician con la independencia de Sudán (1956) seguido por Ghana (1957), el
resto de las colonias africanas se independizaron en el transcurso de los 60. Bélgica
abandonó sus colonias entre 1960 y 1962, Portugal renunció a las suyas a favor
de la Revolución de los Cláveles y España otorgó la independencia a la Guinea
Ecuatorial (Río Muní) y al Río de Oro (Sahara Español) respectivamente en 1968
y 1977.
Este
acápite sobre lo que conviene llamar la segunda descolonización sería
incompleto sin hablar, aunque sea unas pocas palabras, de la descolonización
dentro de la descolonización. Es el caso, por ejemplo, de la Papuasia-Nueva
Guinea , territorio alemán que pasó después al control de Australia, y que
obtuvo su independencia en 1975. En África, Namibia, colonia alemana hasta
1915, era desde la fecha administrada por Sudáfrica, y también pudo, después de
largos esfuerzos, ser reconocida en 1990 como independiente (aunque fuese
reconocida como tal por la ONU desde 1968). Rodesia del Sur (1965) y Sudáfrica
(1931) también habían logrado sus independencias, pero como países “blancos”.
Su población africana, mayoría en ambos países, siguió excluida de cualquier
derecho ciudadano por la existencia del régimen racista del apartheid .
Finalmente, esta población accedió a los plenos derechos cívicos, en Rodesia
para 1980, rebautizada Zimbabue para la ocasión, y en Sudáfrica para 1994.
Conclusión
¿Final feliz? Sería ilusorio pensar así. Hoy los países que estuvieron colonizados tienen que lidiar todavía con esta pesada herencia. Territorios mantenidos con fines de explotación económica para el provecho de la metrópoli, pues los colonizados dejaron pocas infraestructuras que pudieran ser recuperadas por los nuevos estados. Además, tienen que lidiar con problemas como la multietnicidad, el tribalismo, fronteras artificiales o arbitrarias.
El
resultado es conocido: regímenes autoritarios, caudillismos y dictaduras de
diferentes índoles que tiranizan su población de una forma más cruel aún que la
aplicada por el antiguo colonizador. Corrupción endémica, desviación de
recursos públicos, robos, saqueos son también lo cotidiano de estos “nuevos
estados”. Otros, menos afortunados, deben también cohabitar con guerras civiles
que abren camino a violencias de toda índole: masacres, asesinatos selectivos
por parte del Estado o de grupos irregulares, violaciones, banderolismo. De
hecho, pocos son los estados que lograron escapar a esta espiral autoritaria,
del marasmo económico y de la violencia social y/o política.
Frente
a esta situación las antiguas metrópolis empezaron a intervenir en los asuntos
de sus antiguas colonias, cuando no era llamados por ellas mismas. Se trata del
“nuevo colonialismo”, el cual tiene diferentes facetas como la financiación de
proyectos de desarrollo, la presencia de firmas, consejeros o técnicos de la
antigua metrópoli, la colaboración de las embajadas en golpes de Estado (cuando
no los organizan ellos mismos).
Otro
aspecto heredado de los imperios coloniales consiste en el fenómeno llamado
“reflujo poscolonial”, el cual está caracterizado por una inmigración
importante de las antiguas colonias hacia las antiguas metrópolis: jamaiquinos
y pakistaníes en Gran Bretaña, senegaleses y argelinos en Francia,
latinoamericanos y marroquíes en España, albaneses en Italia. Después de
invadir estas culturas vendiéndoles las virtudes del mundo europeo y de la
civilización occidental, los europeos se quejan ahora de ser “invadidos” por
estas mismas culturas.
Tomado:
Revista Credencial, 17 de Septiembre de 2020
Credencial
Historia
https://youtu.be/fWMzE1nwFN0 Vídeo
sobre el Imperialismo
https://youtu.be/SASsSU3fCtY Vídeo
sobre el Imperialismo
ACTIVIDAD:
-¿Qué
es Colonialismo?
-¿Qué
es Imperialismo?
-¿Qué
países de Europa, fueron los que más promovieron el imperialismo?
Averiguar
cómo fue el Traspasó de Hong Kong a China por parte de Gran Bretaña.
informado profe erick alvarez 802 es china no cina profe
ResponderBorrarHaa ya Erick Gracias
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